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#Norteando: El fracaso de Enrique Peña Nieto

Patrick Corcoran | 12.07.2016
#Norteando: El fracaso de Enrique Peña Nieto

Al principio del sexenio de Enrique Peña Nieto, era posible apuntar un puño de objetivos claves para el éxito de su gestión: sacar adelante varias reformas estructurales, presentar la cara de un PRI renovado y exitoso, y mejorar la seguridad pública.

No parece que hay probabilidad alguna de sumar posibilidades de éxito en ninguno de los dos primeros objetivos. Lejos de ser un PRI modernizado, es un desastre. El PRI acaba de sufrir su peor jornada electoral en muchos años. Desde su fundación, jamás ha gobernado tan poquitos estados como los quince que tendrá en unos meses. No parece existir un caballero blanco que los salve en 2018 tampoco. Queda ver quién será el próximo candidato, pero sin duda, no hay un favorito dominante como lo fue Peña Nieto hace seis años. En fin, es muy probable que el presidente herede un PRI más débil que el partido que le entregaron a él.

 Caben mencionar las razones por la derrota al principio de junio: resulta que el PRI de Peña Nieto no es un partido con un pasado lamentable, sin embargo, tampoco está modernizado y listo para el siglo XIX. En muchos aspectos, es el mismo PRI de siempre, con las mismas manifestaciones de mezquindad y corrupción que se esperaba en las épocas de Salinas o López Portillo: la Casa Blanca de Angélica Rivera, la propiedad de origen dudosa de Luis Videgaray, la incompetencia en la investigación de Ayotzinapa, etcétera. Es cierto que factores locales fueron claves en muchas derrotas del PRI, pero la manifiesta ineptitud de Peña Nieto, como la figura principal de su partido, le da más peso a los escándalos locales, ensuciando la imagen del partido político.

Gracias a la baja en la opinión del presidente y al calendario electoral, la posibilidad de sacar adelante nuevas reformas es nula. Peña Nieto cuenta con unos logros históricos en la primera parte de su sexenio, entre otras las reformas a la educación y a la industria petrolera. Pero hacen falta otras reformas: al sistema político, al marco fiscal, a la Ley Federal de Trabajo; más aún, la implementación de las reformas ya aprobadas. México no está en condiciones de sacar adelante más propuestas legislativas polémicas: el Pacto por México es una memoria distante, la oposición huele a sangre presidencial y sus intereses electorales se encuentran en negar al gobierno cualquier triunfo.

 Si la puerta está cerrada para más reformas y para un PRI saludable y renovado, entonces una de las únicas vías que tiene abierta Peña Nieto para fortalecer su legado en los dos años que le quedan sería mejorar la seguridad pública. Durante los primeros años de su mandato, la seguridad contaba como un acierto importante para Peña Nieto. La tasa de homicidio -estratosférica al final de la era de Calderón comparada con la tasa en 2006- bajó. Peña Nieto conquistó los medios internacionales, que por fin dejaron de enfocarse exclusivamente en la violencia cuando tocaron temas mexicanos. Varios capos de peso cayeron. Se concretó la creación de la gendarmería que tanto promovía el gobierno peñista. Hasta allí, todo bien.

Pero las mejorías resultaron superficiales. El buen trato de los medios internacionales dio una vuelta de 180 grados gracias a la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, la masacre de Tlatlaya y el escape del Chapo. Como varios analistas pronosticaron, la gendarmería tuvo un impacto muy pequeño. Más preocupante aún, la tasa de homicidio ya rebotó: según el Sistema Nacional de Seguridad Pública, el mes de febrero fue el más violento en dos años. Al ritmo actual de crecimiento, en 2017 -es decir, el último año completo del sexenio actual- México tendrá los mismos índices de violencia que en el 2012.

Como siempre, la seguridad es un tema difícil, y es un poco injusto culpar al presidente por los altibajos en las tasas de criminalidad, ya que responden más a las dinámicas del submundo criminal. Pero Peña Nieto hizo campaña basada en la idea de que Calderón no sabía lidiar con los cárteles, y él y su partido sí. Si esa supuesta sabiduría no se convierte en avances generales, pues no sirve de mucho. Además, el presidente tiene una ventaja crucial: no depende de la cooperación de la oposición, ya que las dependencias más importantes son del poder ejecutivo.

El desempeño hasta el momento no inspira mucha confianza en que Peña Nieto tenga ideas clara de cómo revertir la tendencia reciente. Ojalá y me equivoque.

 

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