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Enrique Peña Nieto a mitad de sexenio

Patrick Corcoran | 17.12.2015
Enrique Peña Nieto a mitad de sexenio

Hace tres años y pico, Enrique Peña Nieto tomó protesta como presidente de México. Entró, como suelen hacer los presidentes mexicanos, con una bonanza de actividad —negoció el Pacto por México; prometió una reforma tras otra y después las concretó; encarceló a Elba Esther Gordillo y luego a el Chapo Guzmán.

El día que me senté a escribir este texto, el miércoles 2, Peña Nieto estuvo notablemente ausente en los periódicos del día. Habiendo visto la página virtual de Milenio, El Universal, Excélsior y La Jornada, las únicas notas que vi que se trataban de Peña Nieto fueron unos pequeños resúmenes del nuevo avión presidencial. Lo mismo vi al conectarme con los portales de Contralínea y Progreso. Indudablemente, hay una brecha enorme entre el protagonismo de los primeros meses de Peña Nieto y su papel de hoy, en donde parece estar ocupando un papel de reparto.

No es una observación muy original —de hecho, el silencio de Los Pinos es el tema principal de la revista Nexos este mes— pero sí es llamativa. El declive en la relevancia de Peña Nieto se debe a varios factores. Uno muy particular es la serie de tropiezos que ha tenido su gestión. Me refiero a la casa blanca de su cónyuge Angélica Rivera, la incompetencia demostrada en la investigación de los estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala y varios otros escándalos que desnudaron una falta de competencia de Los Pinos.

En pocas palabras, nada ha hecho más para apagar la estrella de Peña Nieto que sus propias actuaciones. Y, peor aún, desde su mandato como gobernador mexiquense, Peña Nieto nunca ha mostrado el don de crecer y fortalecerse ante la presión pública; al contrario, parece debilitarse y encoger.

Otro factor es la inevitable disminución en la relevancia de un presidente mientras se acerca el fin de su mandato. Lo mismo les pasa a todos, sea Barack Obama o Vicente Fox. Hay una razón muy sencilla para esta dinámica, que es inmune a la popularidad personal de un líder: entre más se acerca el fin del ciclo, más son los actores políticos que un presidente busca manipular, intimidar y premiar para que participen en su proyecto los que tienen que pensar en un futuro sin el presidente actual. Por lo tanto, sus intereses se separan. Un presidente se queda con cada vez menos aliados, y los que le quedan son cada vez menos leales.

Si bien los desaciertos de Peña Nieto y los límites inevitables del sistema presidencial han ayudado a minar su relevancia, yo creo que el efecto se ha multiplicado gracias a otro detalle relevante: el sexenio no renovable.

La gestión del presidente mexicano es muy peculiar. El único otro país en este hemisferio donde un presidente tiene un mandato tan largo es Venezuela, y en aquel país se puede reelegir las veces que quiera. Los únicos otros países donde el presidente se limita a una sola gestión son Honduras, Guatemala, Paraguay y El Salvador, pero son gestiones más cortas. En Europa, un primer ministro encabeza un gobierno parlamentario en casi todos los países; ellos típicamente disfrutan de reelección ilimitada, siempre y cuando su partido controle la legislatura.

En México, el concepto del sexenio mantiene al mismo líder en poder por mucho tiempo, y la ausencia de la reelección implica que se inicia una cuenta regresiva en el momento en que toma la protesta. Gracias a ello, cuando la luna de miel de un nuevo presidente se acaba después de los primeros 18 meses o dos años, aún quedan cuatro años más. En el momento de las elecciones para renovar el Congreso, quedan tres años y medio más. Es un tiempo larguísimo para tener a un líder agotado. El cansancio se impone temprano, y los partidos opositores (que en México siempre son capaces de frenar cualquier iniciativa) ven sus intereses servidos más por el obstruccionismo.

Por eso vimos el mismo patrón durante el sexenio de Vicente Fox, que llegó como el salvador democrático en 2000, o Felipe Calderón, el supuesto experto en la maquinaria política mexicana que iba a corregir las ingenuidades de Fox. Después de unos cuantos años, ambos fueron un afterthought, algo entre una figura olvidada y una lacra arrastrando el sistema que teóricamente encabeza.

El sexenio era correcto para su momento; brindaba cierta garantía de estabilidad política, cosa que hacía muchísima falta durante la larga cola de la Revolución. Y los defectos actuales no pesaban tanto hace 80 años: el cansancio popular con el presidente no importaba tanto en un sistema cerrado de un solo partido, en el que el presidente contaba con el mecanismo insuperable para asegurar la fidelidad de sus colaboradores hasta el último momento: el dedazo.

Pero el mundo ha cambiado y lo que antes servía se ha convertido en un defecto.

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Foto: Flickr.com/"Mensaje a medios del Presidente Enrique Peña Nieto con el gobernador de Guerrero Rogelio Ortega" by Presidencia de la República Mexicana.

 

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