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Bernie Sanders y el giro del Partido Demócrata

Patrick Corcoran | 07.06.2016
Bernie Sanders y el giro del Partido Demócrata

Durante los últimos 30 años, el Partido Demócrata ha tendido varias ventajas estructurales sobre sus rivales republicanos. Dos de las más importantes son el respeto a la razón y su resistencia al extremismo. Por eso, desde la salida de Ronald Reagan, el partido ha sido más exitoso, tanto en sus resultados electorales -han recibido más votos en cada elección presidencial menos en una a partir de 1992- como en los logros de sus gobiernos. Gracias a estas características, el partido Demócrata se ha convertido en la única opción viable para las personas que creemos, por ejemplo, que el cambio climático es real y peligroso, o los que no vemos los recortes en los impuestos para los ricos como una solución a todos los males económicos.

La candidatura de Bernie Sanders, que quedará corto en la nominación pero ha logrado mucho más de lo que se pensó posible para un Senador de muchos años y poca reputación, ofrece una vista de una posible evolución para los demócratas, una evolución que alarma.

Sanders representa un rechazo contundente de las dos ventajas mencionadas arriba. En efecto, él sigue la receta del populismo latinoamericano: Reclama una “revolución” política, ataca a los ricos como corruptos, promete desmantelar los bancos grandes, y lamenta la influencia de los intereses fácticos. Su agenda económica incluye propuestas para un nuevo salario mínimo de 15 dólares por hora (actualmente está a 7,25) y un plan de nuevos gastos de un billón de dólares, que sería mucho más que el rescate del sector financiero del 2008. El senador de Vermont, el único político estadounidense importante que se identifica como socialista, está realizando la campaña más apegada a la izquierda dura que yo he visto en mi vida.

Más allá de los objetivos extremos, Sanders opera en un mundo de fantasía. Su campaña estima que el crecimiento económico anual sería de 5,3% si se implementaran sus reformas, una cifra imposible que inspiró una mezcla de burlas y críticas de economistas serios. Sanders promete una y otra vez que va a desmantelar los bancos, pero es obvio que sus ideas no tienen más que superficie. Cuando un reportero le preguntó qué sigue después del fin de JP Morgan y Bank of America, y que se hace con miles y miles de personas que trabajan en tales instituciones, no tenía respuesta, y peor aún, no parece haberlo considerado jamás. Tampoco pudo dar el más mínimo detalle sobre la justificación legal para acabar con tales instituciones, para confiscar la propiedad privada de millones de inversionistas.

 En fin, Sanders se preocupa más por el sentir de sus propuestas que los detalles de ellas. Gobernar bien es imposible sin dominar los detalles, así que es un defecto importante. En eso, se parece a sus contrincantes republicanos, que se preocupan más por verse suficientemente fieles a las ideas de su padrino ideológico Ronald Reagan (¡a casi 30 años del fin de su presidencia!) que por los impactos reales de sus políticas.

Hillary Clinton ya tiene la nominación demócrata efectivamente ganada, y Sanders sigue solamente para dar más ímpetu al movimiento que intenta levantar. Pero a estas alturas, la presencia de Sanders en el proceso merma la fuerza de Hillary y por tanto ayuda a Donald Trump, cuyo triunfo es el peligro mayor. Es decir, Sanders pone su cruzada personal antes de los intereses del partido. Por algo recuerda a Ralph Nader, el candidato quijotesco que en 2000 quitó suficientes votos a Al Gore en Florida para efectivamente entregar la presidencia a George W. Bush.

Además del riesgo de una presidencia Trump, lo alarmante de su candidatura es que ofrece una visión del futuro de los demócratas, en que ya no representan el partido de la razón y de la moderación. La base electoral de Sanders son los jóvenes; dentro de tal sector, tiene más que dos votos por cada uno que recibe Hillary. Visto de otra manera, la minoría de veintitantos probablemente se convierte en una mayoría en 10 o 15 años, y a este grupo evidentemente no le importa que su galardón planifica su agenda en base de fantasías, que tiene el mismo nivel de respeto --es decir, poco-- al profesionalismo y el estudio científico que sus rivales republicanos.

La Unión Americana no está por caerse, y es importante no exagerar. Pero no tiene que ser loco para concluir, en base del proceso electoral actual, que el futuro del partido demócrata no es tan diferente que el presente de los republicanos en cuanto en los dos aspectos claves mencionados arriba. Y de no frenarse, esta evolución augura un mal momento para el partido, y quizá para el país y el mundo entero.

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