#DelVerboToBe: Mojado 1989





En noviembre de 1986 se firmó la Immigration Reform and Control Act (IRCA). Esto significó un punto de quiebre, no sólo político, sino demográfico y cultural al interior de los Estados Unidos. ¿Resultados no previstos?: miles de chilangos fueron a buscar el sueño americano.
Los que hemos trabajado cerca de los pinceles, las herramientas, la investigación y la maquinaria pesada que nutre y opera las políticas migratorias en México y en el contexto internacional, nos hemos dado cuenta de que la realidad y la dinámica migratoria siempre han estado no sólo un paso antes, sino kilómetros delante de todos quienes, desde diferentes ópticas, hemos tratado de asirla.
La historia larga nos narra que México y su Frontera Norte deviene de una profunda e histórica herida de la que muy pocos hoy tienen memoria. ¿Por qué?, porque nuestra historia interna nos ha “valido madre” y ni siquiera forma parte de los programas de educación e Historia de nuestro México contemporáneo. ¿Santa Ana? ¿El Tratado Guadalupe Hidalgo? Lo cierto es que la herida o la tierra perdida de la que han hablado los historiadores, los antropólogos y los sociólogos nunca ha sido un tema que retumbe en la agenda pública de nuestro México democrático y de tránsito permanente. Lo cierto es que desde principios, mediados y finales del siglo XX, y quizá antes de todo, incluso como el dinosaurio de Augusto Monterroso: “al despertar” los mexicanos estarán y permanecerán ahí.
Hace unos meses en un post un amigo historiador escribía frente a una afrenta que le hacia un joven norteamericano: “Nos enfrentaremos a ustedes con todas nuestras evidencias, archivos, diarios y documentos históricos, y sabemos que ante ello, sucumbirán en medio de su ignorancia y perpetúa ingenuidad.” Cierto o falso, hoy sabemos que al nombrar Estados Unidos hablamos sin duda de una nación de inmigrantes, profundamente emocional y que se niega todos los días a sí misma al negar a los nuevos inmigrantes o a los recién llegados.
¿Qué es la negación? En 2014, pasé una tarde con Óscar en el barrio de La Villita, en Chicago; él llegó a Estados Unidos en 1989 y desde ese día lleva más de 26 años residiendo en dicha ciudad como si hubiera nacido ahí; es diseñador gráfico, egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, en la Ciudad de México; es, además, un gran fotógrafo, pero sobre todo, ha sido a lo largo de los años un great chilango, un negado o un asimilado, ¿un chilango o un chicalango?
El Chicago inmigrante, como otras ciudades en EUA, no se define ni como de negación o asimilación, más bien, ha sabido ordenarse y crearse sobre un espacio de vida donde conviven las primeras, las segundas y las generaciones intermedias de inmigrantes recientes con aquellos herederos de la otra inmigración que tomaron los barrios de la ciudad anglosajona (tarea nada fácil, sino compleja, que no tiene marcha atrás).
Óscar me buscó por el Skype unos días después de la victoria de Trump para hablar, sólo para hablar. Estaba agüitado, porque después de más de veinte años de haber llegado a Estados Unidos, y siendo ya padre de dos niños nacidos en Illinois, propietario y director de una agencia de diseño y video, esposo, amigo, vecino, participante de comités escolares, miembro de la comunidad de empresarios de su ciudad y un vibrante colaborador de la escena cultural mexicana local, esa tarde se sintió igual de vulnerable que en su primer día en la ciudad de Chicago.
Óscar llegó a EUA en 1989, no fue parte de la inmigración posterior IRCA. Un día, decidió vender todo: su carro, su Macintosh, sus pulpos de serigrafía, y abandonar su estudio en la colonia Pensador Mexicano, para viajar con visado por primera y única vez a Estados Unidos, donde, por más de 25 años, sus papeles se encuentran en estado de overstay.
Aquella noche en nuestra sesión de Skype transnacional y virtual, Óscar, después de un par Bluemoon de aquel lado y un par Modelo Especial de este lado, me dijo: “Llevo más de 25 años en este país, viví la crisis, me fui a la banca rota en el 2008, perdí lo poco que había logrado conseguir en estos años, me levanté, me hice papá, soy feliz, pienso en un futuro, pero tengo mucho miedo, no sé qué presidente estaba cuando yo llegué a este país, pero nunca escuché a ninguno con tanta mala… Tengo miedo, pero qué le hago, yo no voy para atrás, no sabría ni cómo empezar…. ¿Te acuerdas de la canción de “Mojado”, de la Maldita Vecindad?, no creo que lo podría hacer…. Ja, ja, ja... Ya dejé el DF hace ya muchos años atrás…….Ojalá que todo nos sea para bien…”.
Lo cierto es que hoy, como Óscar, muchos amigos, hermanos y familiares, después de décadas, sienten miedo, otra vez.