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#Norteando: El discurso inaugural de Trump

Patrick Corcoran | 25.01.2017
#Norteando: El discurso inaugural de Trump

Como muchos eventos políticos, los discursos de un nuevo presidente estadounidense durante su inauguración reflejan un mundo exageradamente idealista. El valor de estos discursos se encuentra precisamente en esta exageración, ya que representa la visión que los presidentes ofrecen del país y de su papel dentro de ello.

 

En la historia moderna de Estados Unidos, casi todos los presidentes exitosos han presentado una visión fundamentalmente positiva. Con ciertas variaciones ideológicas y cambios en énfasis de un presidente a otro, siempre ha habido una cierta consistencia: Estados Unidos es grande, los problemas que tiene son manejables si todos los ciudadanos trabajan en conjunto y el gobierno está preparado para ejercer cabalmente su papel como líder del mundo libre. Son mentiritas simplistas, eso sí, pero sirven para marcar una aspiración positiva para la administración entrante.

 

La fórmula detrás de este teatro no es muy diferente a la que se ve en un brindis de una boda: “qué hermosa pareja”, “se nota el amor entre ellos”, etcétera. Son palabras bonitas que inevitablemente ignoran una gran cantidad de desafíos y complicaciones, pero son importantes porque fijan una aspiración positiva para el matrimonio. Y cuando estas palabras no se dicen, se nota muchísimo.

 

Así fue la semana pasada. Lo que más llamó la atención del discurso de Donald Trump fue que se olvidó de estas mentiritas idealistas. Trump pintó al país más rico del mundo como un fracaso, incluso una pesadilla. Para él, la solución es abandonar muchas de las bases de la conducción del país que ambos partidos han aceptado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

 

Tres frases sobresalen por la distancia que ponen entre la visión de Trump y las de sus antecesores de ambos partidos.

 

Carnicería estadounidense. Esta frase tan elegante suena como algo de Bagdad de 2005 o Beirut de 1983, pero Trump la utilizó para referirse al “crimen y las pandillas y las drogas” que, según su realidad, están acabando con el país. En el mundo real, pese a un leve incremento en las tasas de criminalidad en 2016, Estados Unidos es muchísimo más seguro que hace 10, 20, o 30 años. La tasa de homicidio nacional de 2015, 4.9 por cada 100 mil residentes, estuvo a la mitad de la de 1990. Y aunque sea imposible esperar un fin del consumo, las tasas de consumo de las drogas ilegales también están a la baja.

 

Líder del mundo civilizado. Como apuntó el periodista Jonathan Chait, esta frase reemplazó la de “líder del mundo libre” que se suele escuchar desde los tiempos de la Guerra Fría. Ambas demuestran un sentido de auto-engrandecimiento que puede caer pesado, eso sí, pero la pequeña diferencia de palabras representa una gran diferencia de hincapié, y eso no es un accidente. El “mundo libre” implica el mundo de democracias, que se define en oposición a los países autoritarios. El “mundo civilizado” resalta la idea de una insuperable división entre los poderes europeos y el mundo musulmán. Popular con los neo-fascistas de Europa, este concepto roza con establecer una jerarquía de pueblos, en la que “civilizado” puede entenderse como una raza de origen europea.

 

 

Estados Unidos primero. Es un eco de un lema de su campaña. La implicación, por supuesto, es que los líderes anteriores no han puesto el país como su máxima prioridad. Es una idea simple y curiosa, ya que, bajo cualquier criterio, a los ciudadanos estadounidenses sus líderes no les han servido tan mal en décadas pasadas.

 

La frase también conlleva una referencia histórica: “Estados Unidos Primero”, o “America First”, fue el lema de un movimiento estadounidense que manifestaba su simpatía por los nazis en los años 40, y que abogaba por una postura más aislada y neutral ante el auge del fascismo. Desde luego, “America First” hace mancuerna con la idea del mundo civilizado, y los antecedentes de este lema tampoco son casualidad, sino una manifestación de los vínculos entre Trump y la llamada “derecha alternativa,” una corriente de racismo explícito con marketing moderno.

 

En efecto, parece que Trump aspira a crear un mundo menos democrático en el que Estados Unidos tenga menos influencia. Y lo hace con base en una visión sesgada e incluso distópica del país que ahora liderea.

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