#DelVerboToBe: Vato





¿La identidad es una espiral grabada en la yema de los dedos? Esto es en parte cierto y en parte no. Cierto en el sentido de que cada individuo es único y auténtico. Falso en el sentido social, ya que si bien cada cabeza es un mundo, existen patrones y actitudes que se repiten y suceden a unos y a otros, y a la vez, se recrean en la interacción: entre individuos y sobre los distintos espacios sociales; la identidad es complejidad: individual o colectiva, la identidad va tatuada a flor de piel.
Se dice que la movilidad permanente de pueblos e individuos del sur hacia el norte ha permitido visibilizar de manera más contundente las identidades y sus confrontaciones con la realidad. En la migración, el espacio y tiempo parece que siempre aparecen disociados y lo que sucede en uno no seriamente tiene su correspondencia en el otro. Aunque los procesos de movilidad y migración internacional han forzado (de manera simbólica) a difuminar algunas fronteras, la idea y el hecho de la distinción siempre estará presente como forma o estrategia de diferenciación, de defensa ante la exclusión.
Para los jóvenes inmigrantes, el espacio migratorio, llámese barrio, ghetto, enclave o little México, se presenta como un escenario donde la etnicidad se realiza y materializa en la resistencia. Por décadas, los jóvenes han configurado ahí una identidad de sangre, un hacerse ciudadanos en un espacio simbólicamente apropiado, donde pertenecer al barrio es defenderse a sí mismos como nación, y ello significa su vivir en la exclusión como presente y presencia, en o fuera de los espacios migratorios.
La historia de El Pelón, como la de otros jóvenes del México migrante, está marcada por los imaginarios y las narraciones que comparten los que han regresado del “otro lado”. Las victorias y las caídas, las amistades y las disputas que comparten los otros (los que han retornado) se hacen una y se transmiten en la oralidad: de la voz del homie, al oído del “morro” del barrio que internaliza el conflicto y lo vuelve voz propia en cuanto lo brincan y forma parte de la ganga del barrio, de la historia del México pachuco y se hace Vato.
El Pelón: Yo soy de allá, de Los Reyes la Paz, del Estado de México. Tiene dos años que crucé, entré por Tijuana, tengo 25 años, soy de la pandilla Muertos 13, en la Floresta. Esa pandilla sí ya lleva un rato, como unos, no sé, unos 14, 13, 15 años, algo así. Nosotros éramos un grupo de chavos de ahí de la cuadra y ya, uno de ellos (pandillero veterano) se mudó dónde estaba esa pandilla, él nos conectó y nos dijo “ven, vénganse, vamos a brincarnos aquí, a esta pandilla aquí, eh… y como, como todo lo clásico ¿no?: “que vamos a tener protección y vamos a ser malos”, y todo eso. Y ya nos fuimos a brincar. Nos dieron 13 creo, 13 segundos, y así una golpiza entre 4 vatos, nos pegaron. Trece segundos, en ese tiempo tenía como 16 años o 17, y pues todos los de esa pandilla estaban más grandes, tenían como 24, 25, 28 años, ya estaban grandes. En ese tiempo, habían más pandillas y, pues, ya sabes, se hacía la campal entre ellos y ya luego pues, así, se buscaban en las calles. Según para ganar respeto hacían eso, ¿no?, como un respeto estar yendo a pegarle así a otras pandillas en movida, ¿no?
Dice mi hermano que todo empezó (la pandilla en la Floresta) con uno de aquí de Chicago, que fue para allá y se fue acomodando así en pandillas, pero que eran como de tipo rocanrroleros —en México se les llamaba bandas— y los volvió de otro, de otro sistema, o sea de otro modo, así del estilo de pandilla de Los Ángeles, y yo creo que fue cuando se empezó a hacer más grande y más grande, así como las pandillas de aquí que no se basan en nombres, o sea, se basan en los números del 13 y 14, la mara es aparte, los sureños son aparte y los norteños son aparte. Los norteños, los que nacen aquí en este país, pero son hijos de padres mexicanos, no nos quieren a nosotros que somos los inmigrantes del sur, nosotros somos sureños y eso es un conflicto ahí. O sea en Los Ángeles está todo eso. Bueno, en casi toda esta parte, pero ahora yo pienso, esa lucha es allá en Los Ángeles, o sea, el pelear por el número, el 13 y el 14, el sur y el norte.
De nuestra pandilla, ahorita varios terminaron en la cárcel, unos están muertos, otros se fueron, o sea, quisieron hacer otra vida. Yo con mi hermano vivo aquí, por los conflictos que nosotros tenemos dentro de las pandillas (en México), pues ya no podemos estar bien ahí. Salimos huyendo, ¿no?... O sea, es que los chavos que apenas van empezando, así… ya están bien locos, más que nada, ¿no? Y pues por eso, por nuestras huidas que estamos viniendo (a Estados Unidos).
Acá (en el Bronx) están los Locos de West Chester, y luego en el tren andan tirando barrio, y yo mejor nomás me volteo, acá ahora estamos tranquilos, mi carnal trabaja en un pizzería y yo ando tatuando.1
Fotografías de Eunice Adorno para el proyecto Latinyorks
El Pelón ha migrado de México a Estados Unidos más dos veces, en sus idas y venidas han viajado con él no sólo hermanos, amigos o gente del barrio, en él habita la construcción histórica del ser, hacerse y pertenecer en su historia migratoria a la clica: la pandilla del barrio, dentro y fuera de Estados Unidos, exaltando, más allá una espiral grabada en la yema de los dedos, la identidad.
1. Entrevista realizada por el autor en diciembre del 2008, en el Bronx, NY.